Escribí este post las pasadas vacaciones.
Una reflexión sobre la resiliencia y como paso del tiempo modifica la historia.
En apenas 36 horas tengo que dejar mi querido remanso de paz en la aldea para volver a casa. Se terminan las vacaciones tan anheladas durante los últimos dos años. Se terminan los paseos por el bosque, las reuniones improvisadas a las puertas de las casas, el sonido de los arboles, el olor de la figueira, el sonido de la fuente delante de casa, y el dejar pasar a ratos las horas sin hacer nada más que contemplar… La vuelta a la rutina se acerca.
Como muchas personas que conozco, este año más que nunca quería venir a Galicia.
No tenía unas expectativas muy altas. Yo no necesito aglomeraciones, playas ni restaurantes.Eso ya lo tengo donde vivo el resto del año. Solo quería venir a la casa familiar de mi padre y disfrutarla como he venido haciendo casi desde que nací. . Llegar a destino y encontrarlo como si por allí hubieran pasado Atila y los Hunos, ha condicionado el ambiente durante todos los días, pero a pesar de ello, he intentando exprimirlos todo lo que he podido.
Todo ha cambiado. También mi aldea. Está llena de “cicatrices” de tierra.
Los dueños de fincas con árboles venden la madera, y ello conlleva la apertura de pistas forestales para poder extraerla. Perfecto.
Siendo profesora de marketing no seré yo quien se oponga a la evolución ni a los nuevos tiempos, pero a lo que sí me opongo es a la “dejadez”, a la “trapallería”, y al hacer las cosas de cualquier forma y sin contemplar las consecuencias.
Y es que , estas pistas, me provocan un doble sentimiento.
A favor:
Por un lado, se abren nuevos caminos , hasta ahora desconocidos, que aunque crean un paisaje “sangrante”, están bien para conocer sitios diferentes, y crear nuevos recuerdos. Hasta hemos podido andar por ellas en quad y llegado a fincas que hacia años que no íbamos al estar cerrados los caminos por la maleza. Seguro que en unos años, si puedo volver, habrán nacido arboles nuevos y el verde curará la herida marrón.
En contra:
Por el otro, teniendo en cuenta la difícil tarea de extraer madera del bosque, me corroe el ver cómo dejan después las fincas. Con la madera y las ramas desechadas amontonadas de cualquier forma, el riesgo de incendio se multiplica. Y lo que es peor, cuando talan arboles centenarios que no deben “sin darse cuenta”, “perdona las molestias”, “no nos hemos dado cuenta”.. Claro que sí bonita.Y si no nos quejamos aquí no ha pasado nada.
Las autoridades se meten mucho con los dueños de las fincas, que han de mantenerlas limpias bajo amenaza de multa. Sin embargo vienen los maderistas, cortan la madera y dejan las fincas sin limpiar… Y no pasa nada. Todo muy normal.
No se si quienes lo hacen se aprovechan de que, al menos en el caso de mi aldea, no estábamos en casa cuando lo hicieron y no lo pudimos supervisar, pero pienso que si miraran un poco más por el paisaje y los recursos históricos y naturales como las “carrieiras o corredoiras”, se podrían conservar elementos que a este ritmo en pocos años desaparecerán.
Y es que a veces tengo la sensación de que hay personas que no tienen ni idea del valor de lo que tienen entre manos.
O quizá yo solo sea una nostálgica y en estos nuevos tiempos lo que se lleve sea la dejadez.