Cuando tu vida se para por el motivo que sea, normalmente haces un reset, reestructuras tu cabeza, catalogas “quien si, quien no, quien nunca”, reajustas tus prioridades, y haces una lista de esas cosas imprescincibles que harás cuando la tormenta pase. Si es que pasa.
A mí me ocurrió hace 6 años, cuando pasé una etapa vital complicada, y me ha vuelto a pasar este año, cuando fui diagnosticada de cáncer.
Corrían los primeros dias del mes de Marzo cuando recibí el mazazo del diagnóstico, aunque ya llevaba desde enero de baja médica. Desde entonces, han ido pasando los meses entre operaciones, tratamientos, analíticas y continuas visitas al hospital. Seis meses de auténtico infierno.
Los tres hitos
Desde el primer día me lo tomé como una tormenta que había que pasar, un viaje que había que hacer, y me fijé tres hitos a conseguir: ir a la graduación de mis alumnos de Marketing, celebrar a lo grande mi cumpleaños y venir de vacaciones a Mestre. Obviemente, curarme lo daba por hecho. Optimista que es una. 😉
Los dos primeros los conseguí “a medias”. No pude asistitr a la graduación pero me pasé esa tarde-noche respondiendo mensajes y video llamadas de alumnos y compañeros, y me ayudaron a llevar la pena por no poder ir. Mi cumple lo empecé en el hospital , pero por suerte mi oncóloga me retrasó la sesión de quimio programada para que pudiera celebrarlo. Fue algo improvisado , una tortilla de patatas de las que hace mi madre (las mejores del mundo, por cierto) fue suficiente para ser feliz en el día que cambiaba de década.
En cada sesión de radioterapia, de quimioterapia, en cada pinchazo, para intentar relajarme tenía mi ritual, y siempre pasaba por visualizar la casa de la aldea, la aldea entera, la carretera que va del Chao de Pousadoiro a Mestre, o alguno de los caminos cada vez más salvajes de Mestre. Y pensaba, “ojalá pueda ir en verano. Será mi recompensa a este sufrimiento. Porque se que si voy, me curaré…, me llenaré de energía, toda la que me está consumiendo el duro tratamiento.”
¿Qué poder tendrán las aldeas incluso para los que no hemos nacido en ellas que tienen ese efecto imán sobre nosotros que hace que siempre queramos volver?
Mestre: la cura
Y pude. Ha costado. Pero hoy puedo decir orgullosa y feliz que estoy en la aldea. Llevo muy pocos días aqui. Los tres primeros he consumido tanta energia recorriendo la aldea, hablando con los vecinos y veraneantes , planeando ya la proxima Xuntanza de Veciños y yendo a comer el pulpo a Meira (coincidó que era feira, no me podía negar) que llevo dos días casi sin salir de casa de puro agotamiento. Pero compensa.
Levantarse por la mañana, mirar por la ventana y ver el monte, escuchar la fuente…. El olor maravilloso de montaña, menta y naturaleza, la brisa….
Aquí todo el mundo me dice que hago buena cara… yo les digo que es el poder de Mestre. La energía de la Casa do Méndez… Algo habrá porque he recuperado las ganas de escribir.
Es curioso, pero de todos los lugares del mundo, solo quería estar aquí. Estar sentada como ahora en la puerta de casa, con el portátil, escuchando el sonido de la fuente y mirando para el cielo a ver si es verdad que, como dicen mis padres, esas nubecillas que van cubriendo el cielo van a traer truenos. Estando a 33 grados como estamos, no vendrían nada mal. Como tampoco vendrian mal otras cosas que quizá queden pendientes para otra vida.
Y es que hay vínculos que por más que el destino se empeñe, son imposibles de romper.
Así pues, tras este punto y aparte, una vez más, seguimos.
Y esta vez con más ganas que nunca de Galicious.
Gracias por leerme.
Banda sonora de este post
