No soy una persona que tome decisiones a lo loco, sin meditar bien antes todas las opciones, pros y contras. Tengo bastante “seny” ,como decimos por Catalunya, aunque hace unos días lo perdí.
Por suerte.
El día de Jueves Santo.
Se presentaba una Semana Santa de trabajo duro delante del ordenador y rodeada de papeles… El jueves amaneció nublado en mi alma ( ¿la tendré todavía? ) y para despejar la mente decidí hacer una excursión hasta un pueblo cercano . Comer al lado del mar y pasear por unos jardines a los que hace tiempo que tengo ganas de ir serviría de desconexión. Cuando apenas había recorrido 4 kilómetros, me encontré con la típica caravana de urbanitas que escapan de la ciudad camino de la costa en cuanto tienen días de fiesta… Y tuve una revelación : ¿Y si me voy a Galicia?
Di la vuelta en la siguiente rotonda.
Eran las 13.05.
A las 15.00 estaba saliendo de Sant Pol de Mar camino de Galicia.
Y esta es la crónica de uno de los viajes más divertidos que he hecho en mucho tiempo.
A ritmo de una selección propia de grandes éxitos, donde sonó hasta la saciedad “Papaoutai” atravesé la península de punta a punta, acompañada por una puesta de sol espectacular. Por el camino tuve la primera idea genial, llamar al Restaurante Paprica de Lugo para reservar una mesa para la cena del día siguiente.
En mis viajes en coche a Galicia, desde hace años hay una tradición que nunca me salto: sea de ida o de vuelta, por la mañana, tarde o noche.. Parada obligatoria para comer un sándwich mixto y una caña de Estrella Galicia en el Hotel Valcarce, en Vega de Valcarce. Así que sobre las 00.30 llegaba a este lugar donde ya me pongo en #ModoEmoción en los viajes de ida ante la cercanía de pisar Galicia.
Pisé suelo gallego sobre las 2 de la mañana, en Lugo.
El Viernes Santo, amaneció con un sol radiante en mi alma ( va a ser que sí que la tenía todavía) . ¿El motivo? Ese día iba a ir a mi aldea, bueno, a la de mi padre, a Mestre. Esa de la que tantas veces te he hablado aquí.
Salí de Lugo dirección Meira y de allí me puse al volante para conducir por mi carretera favorita: de Meira a Ribeira de Piquín.
Una temperatura de más de 25 grados me hacía recordar todavía más mis veranos en la aldea que por cierto estaba impresionante vestida con sus mil tonalidades de verde.
Fue una visita breve, de introspección. De cargar energías en “mi casa”, en mis orígenes . Aún sonrío y me emociono al recordarlo.
Después de la conexión vital, como ya era hora de comer, me subí de nuevo al coche sin un rumbo fijo. Al pasar por Meira, vi una pulpeira en uno de los bares de la plaza al que no suelo ir. STOP. Creo que el coche se aparcó solo justo delante de ella.
Mi primer homenaje gastronómico, tan sencillo como sabroso: ración de pulpo, cachelos y pan. Y mientras estaba allí disfrutando con el almuerzo, contacté por Twitter con dos buenos amigos virtuales a los que tenía ganas de conocer y que trabajan no muy lejos de allí. Por suerte, tanto Laura Verez como Rubén Sampedro estaban ese día trabajando en el Parador de Vilalba. Así que para allí me fui.
Y por fin los desvirtualicé. Y conocí el Parador de Vilalba por dentro. Y me enamoré, de ellos y del Parador. Y prometo que iré a pasar una noche en una de las habitaciones de la Torre. La visita dio para un post exclusivo, pero puedo adelantar que tanto Laura como Rubén son dos personas encantadoras, acogedoras, grandes profesionales que junto con el resto de sus compañeros están haciendo cosas espectaculares en el Parador. Te animo a que los sigas en sus cuentas de Twitter o Instagram.
De Vilalba salí dirección Lugo. Regreso a la ciudad de la muralla bimilenaria para ir a cenar al Paprica. Antes de acercarme, hice algo que no recuerdo haber hecho nunca antes en mi vida: Ví una procesión , la de Lugo. Dada mi ignorancia en estas celebraciones, pensé que todas eran como en Andalucia, donde los costaleros cargan sobre sus hombros las imágenes.En Lugo (imagino que en muchos otros sitios también) son más prácticos, habiendo ruedas, para que cargar con ellas. Curiosidades a parte. Me gustó la solemnidad que se respiraba.
De la Plaza de Santo Domingo , salí hacia la calle Noreas. La exquisita cena del Paprica, la puedes ver aquí, si es que todavía no lo has hecho ( Aviso: te darán ganas de ir a Lugo solo por probarlo )
Después de cenar, y para rematar un día perfecto, sesión de copas por la ciudad, con momento «Cuarto Milenio», cuando un amigo de mi primo me habló de la existencia de algo similar al “Área 51” en Friol ( Lugo ) . Y prometo que lo decía en serio. Habrá que investigar.
Llegó el sábado, y ese día mi alma no amaneció tan luminosa porque ya no iba a volver a la aldea y porque estaba lloviendo. Ese día lo pasé en Lugo. Esta vez no di mi habitual paseo por la Muralla, pero sí que no perdoné la tradición de ir de vinos.
Es que no hay sitio mejor en el mundo para ir de vinos. La tradición de las tapas gratis, y aquí me sale la vena catalana, me alucina. Que con una caña te ofrezcan tapa, te den un pincho..y a un precio cuatro veces más barato que en Barcelona, me deja siempre ojiplática.
Así que mi sábado transcurrió entre tapas, paseos, tiendas .. y momentos en familia. Recuperando fuerzas ( y calorías ) ya que al día siguiente tocaba empezar viaje de vuelta.
El domingo mi alma amaneció luminosa, pero algo menos. Me marchaba de Galicia, pero esta vez la vuelta iba a ser diferente ya que saldría desde Ribadeo. La carretera que sube de Lugo a la costa lucense, pasando por Meira y A Pontenova es una de las más bonitas que conozco. La Ría de Ribadeo araña la tierra hasta Abres separando por tramos Galicia y Asturias. Es de esas carreteras para recorrer despacio, en buena compañía y con buena música, disfrutando del momento.
Y llegada a Ribadeo. Uno de los pueblos costeros a mi gusto más bonitos de Galicia. Desde niña era un lugar de excursión habitual con mis padres durante mis vacaciones. Con los años he seguido visitándolo, pero más esporádicamente. Aún así, es un sitio al que siempre me gusta volver.
Y , como no, era la hora del aperitivo así que, como dice el refrán, “allí donde fueres haz lo que vieres”, y me mimeticé con los ribadenses y me fui de vinos. No cabía un alfiler en los bares.
Lo último que hice antes de marcharme fue dar un vistazo a la Torre de los Moreno. Desde niña la recuerdo siempre igual, bueno no, cada vez en estado ruinoso. Y es una pena porque es un edificio emblemático y realmente bonito.
Una última tapa, un último vistazo ….y de nuevo carretera. Puente de los Santos y ya estaba en Asturias, dirección Euskadi. Vitoria me esperaba…. Pero esa ya es otra historia.